martes 08, julio 2025

Café Altura conquista Santiago: La visión de Segundo Tello y el sello del café peruano

Desde un proyecto universitario de su esposa Salmas Hidalgo, un modesto carrito en La Vega Central, hasta una tostaduría propia y seis locales en la capital chilena, el empresario Segundo Tello comparte cómo la perseverancia y la calidad del café peruano construyeron su sueño.

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Chile. La historia de Café Altura, uno de los nombres más resonantes en el creciente circuito del café de especialidad en Santiago de Chile, no puede contarse sin la voz de su fundador, el peruano Segundo Tello. Su relato, que va desde un humilde carrito en el popular mercado de La Vega hasta una cadena de seis prósperos locales y una tostaduría propia, es un testimonio de visión, resiliencia y un profundo amor por el café de su país natal.

«Todo empezó con un proyecto de emprendimiento de mi esposa en la universidad», cuenta Segundo Tello a Inforegión, recordando los primeros pasos de lo que hoy es su vida. Con experiencia en exportación de cobre, el proceso de importar no le era ajeno. La idea cobró forma cuando su esposa, más observadora, notó el incipiente consumo de café en Chile. «Me dijo: ‘Segundo, ¿sabes qué? Acá en Chile la gente consume café. ¿Por qué no vemos la forma de traer el café de nuestra familia y darle un valor a beber el café?’ Esa noche no dormí, pensando cómo tenía que armarlo. Le encontré una idea espectacular», confiesa Tello.

El viaje al «oro verde» peruano: De Pasco al éxito en Chile

Decididos, Tello y su esposa Salmas Hidalgo emprendieron un viaje a Perú, específicamente a Villa Rica, distrito de la provincia de Oxapampa en la región de Pasco, tierra de la familia de ella, para conocer cooperativas. «Ahí nos dimos cuenta que era viable. Compramos 500 kilos, nuestra primera importación fueron 500 kilos de café oro verde», relata con entusiasmo.

Sin embargo, el camino no fue fácil. Segundo Tello recuerda la resistencia inicial del mercado chileno hacia el café peruano. «Cada vez que yo llegaba a alguna cafetería o restaurante me decían: ‘Café peruano no me interesa, pero cuando tengas de Colombia, Brasil, tráemelo’. Me llamó mucho la atención», confiesa. Esta situación lo llevó a tomar una decisión audaz: «Me di cuenta que yo tenía que tener un lugar donde mostrar mi producto».

Así nació el primer punto de venta, un carrito de madera con una máquina de espresso, instalado en lo que era un estacionamiento de autos en La Vega Central. El nombre, Café Altura, surgió al reconocer la importancia de la altitud en la complejidad y dulzor del grano, una característica propia de los cafés de especialidad.

Así nació el primer punto de venta, un carrito de madera con una máquina de espresso. (Foto: Cortesía)

La calidad peruana que conquistó paladares

Hoy, la percepción ha cambiado radicalmente. Café Altura no solo tuesta y vende café de diversas latitudes (Colombia, Guatemala, Costa Rica, África, Brasil), sino que el grano peruano ocupa un lugar especial y protagónico.

«Hoy nuestros granos preferidos vienen del Cusco, de Quellouno, y también de Villa Rica. Trabajamos con caficultores como Javier Schuler y la familia Vidurrizaga», detalla Tello.

Al consultarle sobre la característica que distingue al café peruano, su pasión se enciende. «Creo que se está descubriendo. Perú tiene, por sus microclimas en Cusco, en el centro como Villa Rica y Chanchamayo (Pasco), y en el norte como Jaén y San Ignacio (Cajamarca), perfiles muy distintos».

Para Tello, la clave está en el dulzor y equilibrio del grano peruano. «Lo que me gusta de Perú son granos muy dulces. Tienen una acidez muy balanceada, son granos muy equilibrados. Eso le da un valor en Chile porque son granos que, dentro de su complejidad, están dentro de los perfiles que al chileno le gusta: el dulzor, la nota a chocolate, una acidez muy controlada de una fruta madura».

El empresario también atribuye parte de este éxito al boom de la gastronomía peruana. «Totalmente. La gastronomía peruana ha ayudado mucho a que todos los productos agrícolas peruanos puedan insertarse en el mercado. Antes pensaban que solo producíamos plátanos o mangos, ¡y ahora ven que también tenemos uno de los orígenes preferidos en café a nivel mundial!».

Crecimiento y la filosofía de «jugar cada día una final»

Desde aquel carrito, Café Altura ha crecido hasta contar con seis locales en Santiago y su propia planta de tostaduría. Los desafíos han sido muchos, pero Tello los resume en una palabra: «La paciencia. Y tener un equipo que comparta la visión. Cuento con mi esposa, mis hijos y muchos colaboradores que son parte de este sueño».

Para Tello, la clave está en el dulzor y equilibrio del grano peruano. (Foto: Inforegión)

Con una voz que denota la persistencia innata del emprendedor peruano, Segundo Tello no esconde su filosofía. «Los peruanos somos competitivos por la vida que nos ha tocado luchar desde muy chicos. La disciplina, la persistencia, todo eso nos mueve. Si uno se mete en gastronomía, tiene que pensarlo dos veces, porque hay mucho en juego. En lo que yo hago, cada grano de café, cada espresso, hay familias comprometidas desde el origen».

Mirando al futuro, Tello se define como un soñador, pero con los pies en la tierra. «Para mí, Café Altura es mi pasión y la vida de mi familia. Por lo tanto, como les digo a los chicos: ‘Cada espresso, cada capuccino, es una final de fútbol. No tenemos otro chance’«.

La odisea de Segundo Tello, el hombre que escapó al caos

Detrás de cada taza de Café Altura, una de las tostadurías más respetadas de Santiago de Chile, se esconde la historia de su fundador, Segundo Tello: un peruano que dejó su tierra empujado por la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades. Nacido en Santa Rosa de la Yunga, Cajamarca, y criado desde los cinco años en Tarapoto, San Martín, Tello vivió de cerca el terror impuesto por Sendero Luminoso y el MRTA en la Amazonía peruana durante los años 80 y 90.

“Esa zona fue declarada zona roja. No había opciones. El narcotráfico, el terrorismo… o nada”, recuerda.

A los 17 años, recién egresado del colegio, Segundo tomó una decisión que marcaría su destino. Como el mayor de cinco hermanos y ante la imposibilidad económica de sus padres para sostener más de una carrera universitaria, cedió su lugar para que su hermana pudiera estudiar. “Yo me lo voy a jugar”, le dijo a su padre, antes de asumir trabajos en un aserradero. La crudeza del trabajo y la visión de un futuro sin horizontes lo empujaron a buscar una salida. Una telenovela brasileña sobre una recicladora de chatarra le mostró algo fundamental: “Detrás de esos cerros había vida”.

Con el poco dinero que tenía, dejó una carta a su madre y viajó por tierra a Iquitos. Durante diez días vendió culantro en el mercado de Belén para reunir lo necesario y tramitar su pasaporte. Sin un plan definido, abordó una lancha rumbo a Brasil, soñando con la fría Dinamarca, pero desembarcó en Tefé, a orillas del Amazonas. Sin recursos ni conocidos, fue acogido por Reinos Cabeleireiro, un peluquero local que le ofreció comida, un corte de pelo, techo… y una propuesta que pondría a prueba sus valores. Le ofreció estabilidad a cambio de una relación, pero Tello se negó. “Sé que Dios me va a bendecir, pero no de esta manera”, le respondió, convencido de que no podía traicionar sus principios.

Chile: entre la calle y la cumbre

Fue en esa peluquería donde conoció a otro peruano con quien decidió emprender la peligrosa travesía hacia Chile. Juntos regresaron clandestinamente a Perú en un avión de carga que transportaba maquinaria. “Nos subimos como bultos”, dice. Esa noche, mientras surcaban los cielos, cumplía 20 años. De Lima se dirigieron a Tacna, cruzaron la frontera hacia Arica en tren, y sobrevivieron con lo poco que encontraban: “Desayuno uvas, almuerzo manzanas, en la noche membrillo. Super veganos éramos”, bromea. Dormían en la calle, frente a una iglesia.

En Arica hizo trabajos precarios: pelaba papas, lavaba copas en un restaurante, y luego pastoreó cabras en el Valle de Azapa. También trabajó en una carnicería. En 40 días, logró reunir el dinero suficiente para pagar el pasaje en bus a Santiago. Era 1993 y Chile parecía ofrecer más oportunidades. Sin embargo, al llegar, los conocidos chilenos que había conocido en Brasil no lo recibieron como esperaba. Le ofrecieron solo una dirección: el Hogar de Cristo, un refugio para indigentes. Allí pasó entre 15 y 20 días, y vio de cerca cómo la vida podía desplomarse: “Había gente que lo tuvo todo y terminó ahí. Ahí dije: yo no quiero esto para mi vida”.

En ese refugio, Segundo ayudaba a los ancianos, les ponía calcetas, conversaba con ellos. Esa actitud llamó la atención de un sacerdote, quien lo puso en contacto con Don Fernando, un empresario sin hijos biológicos que había adoptado dos niños y que buscaba apoyo en su minimarket de Maipú. Tello comenzó trabajando sin papeles bajo el nombre de “Antonio”, pero su carisma y disciplina llamaron la atención. Don Fernando lo acogió en su casa, le ofreció un cuarto, lo ayudó a regularizar su situación migratoria y lo trató como a un miembro más de la familia.

Hoy, Café Altura es más que una tostaduría. Es el reflejo de una vida marcada por la migración, el trabajo duro, la integridad y la fe.  (Foto: Cortesía)

Con una visa de residencia, Tello decidió retomar los estudios. Se formó durante cuatro años en informática. A mitad de su carrera, fue contratado por la empresa de telecomunicaciones Entel, donde se especializó en desarrollo de software para redes de fibra óptica. Ese trabajo le abrió nuevas puertas: incluso llegó a desempeñarse profesionalmente en Estados Unidos. Sin embargo, tras once años en ese rubro, una nueva etapa en su vida lo devolvería a sus raíces.

Ya casado con una peruana de Villarrica, conoció de cerca otra cara de la pobreza: la de las familias cafetaleras que vivieron desplazamientos y abandono durante los años de violencia interna. “Me di cuenta de que yo era un hombre afortunado”, reflexiona. Su esposa provenía de una familia con larga tradición en la producción de café, lo que despertó en él una conexión profunda con su historia y su país. Fue precisamente un proyecto universitario de ella el que sembró la semilla para lo que luego sería Café Altura.

Hoy, Café Altura es más que una tostaduría. Es el reflejo de una vida marcada por la migración, el trabajo duro, la integridad y la fe. Tello ha conquistado el paladar chileno con granos de origen peruano y, al mismo tiempo, se ha convertido en un símbolo del espíritu emprendedor de la comunidad migrante. “Lo único que pedía era una oportunidad”, dice. La construyó con sus propias manos.

*Conoce aquí la travesía completa de Segundo Tello.

¿Quieres visitar la cafetería? Puedes encontrarla en sus locales en San Agustin, Manuel Montt, La Vega y MUT aquí.

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