El año comenzó con hallazgos en los bosques montanos del país. En marzo, investigadores descubrieron la orquídea Pleurothallis machupicchuensis en el Santuario Histórico de Machu Picchu, fortaleciendo el rol del santuario como uno de los principales centros de diversidad vegetal del país. La especie crece en bosques entre 2000 y 2500 metros y se distingue por su labelo bilobulado y glenión prominente, características únicas que la diferencian de sus parientes cercanos.
En abril, los Andes centrales aportaron una nueva serpiente, Tachymenoides goodallae, encontrada entre 2190 y 3050 metros sobre el nivel del mar en Pasco, Junín y Puno. Los estudios genéticos confirmaron su singularidad y permitieron corregir clasificaciones previas, demostrando la relevancia de la genética en la investigación de la biodiversidad andina.
Los bosques de Machupicchu volvieron a sorprender en junio con la identificación del roedor semiacuático Incanomys mayopuma, cuyas patas adaptadas para nadar y orejas vestigiales lo convierten en una especie endémica única en ecosistemas fluviales andinos.

En julio, la biodiversidad montana del Parque Nacional del Río Abiseo se enriqueció con el hallazgo del marsupial Marmosa chachapoya, reconocido por su cola prensil más larga que el cuerpo y características morfológicas únicas que subrayan la diversidad endémica de la región.
Explorando la Amazonía y los bosques inundables
El Abanico del Pastaza, en Loreto, fue escenario de descubrimientos en mayo, donde científicos documentaron nuevas especies de flora, fauna y hongos, en colaboración con comunidades urarinas. Este esfuerzo combinó conocimiento tradicional y análisis científicos, demostrando la importancia de la participación indígena en la conservación.
En octubre, los bosques de bambú del Parque Nacional Alto Purús revelaron la pequeña rana venenosa Ranitomeya hwata, destacada por su colorido patrón y comportamiento reproductivo único. Este hallazgo reafirma el valor de las áreas protegidas amazónicas como refugios de especies aún desconocidas para la ciencia.
Asimismo, en San Martín, investigadores describieron la rana Scinax garciadavilae, semi arborícola, con ojos plateados y flancos amarillos, ampliando el conocimiento sobre anfibios amazónicos y aportando datos cruciales para estrategias de conservación en ecosistemas vulnerables.

Diversidad de flora: nuevas especies y áreas protegidas
El 2025 también estuvo marcado por múltiples descubrimientos botánicos. En agosto, se identificó Konradus trescrucensis, un escarabajo de brillo metálico, en los bosques nublados del Parque Nacional del Manu, junto con otras cuatro especies, destacando el valor ecológico de los Andes tropicales.
En el Parque Nacional Yanachaga-Chemillén, las investigaciones a lo largo del año dieron con varias nuevas especies de flora y fauna: Polylepis yanesha y orquídeas como Telipogon yanesha y Pleurothallis yanesha, que reconocen la relación ancestral del pueblo Yanesha con estos bosques. Además, se describieron cuatro especies de Gesneriaceae, elevando a 224 el número de especies conocidas de este grupo en Perú.
También se documentaron 21 nuevas especies de plantas del género Justicia, 12 de ellas dentro de áreas naturales protegidas, mostrando la importancia de estas zonas como laboratorios vivos de biodiversidad y su potencial para investigaciones ecológicas y aplicaciones prácticas.
El Bosque de Protección Alto Mayo sumó a la lista a la planta trepadora Drymonia clavijoae, mientras que el Parque Nacional Tingo María reveló al roedor Daptomys nunashae, cuyo pelaje color chocolate y rasgos distintivos refuerzan la singularidad de la fauna de la región.

Una mirada al futuro de la conservación
Los descubrimientos de 2025 destacan la riqueza biológica del Perú y la necesidad de mantener áreas naturales protegidas. Desde serpientes, ranas y murciélagos, hasta plantas, orquídeas y escarabajos, cada hallazgo aporta información esencial para la ciencia y la conservación.
La colaboración entre investigadores locales, internacionales y comunidades indígenas ha demostrado ser clave en este proceso, integrando conocimiento ancestral y técnicas científicas modernas. Estos esfuerzos no solo amplían el inventario de especies, sino que fortalecen la gestión sostenible y la protección de ecosistemas amenazados por el cambio climático y la actividad humana.


