A más de dos siglos de la conformación de la República, las demandas de reconocimiento y derechos de los pueblos indígenas en Chile, en particular del pueblo mapuche, siguen sin resolverse. Una problemática compleja y arraigada en la historia que el director del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), Pedro Mege Rosso, desglosa desde una mirada académica.
La raíz histórica del conflicto
En entrevista con Inforegión, Mege señala que la historia chilena con los pueblos indígenas no fue un camino de fácil integración, sino una constante tensión. Los 300 años bajo la corona hispana se caracterizaron por una «frontera caliente» al sur del río Biobío, donde se estableció un statu quo a través de pactos y tratados que reconocían el territorio mapuche. Sin embargo, este equilibrio se rompió con la emergencia de la República en el siglo XIX.
La estrategia de expansión militar del Estado chileno, conocida como la Ocupación de la Araucanía (1862-1883), fue un punto de inflexión. Con la idea de «civilizar» a través de la colonización, se promovió la llegada de europeos —alemanes, suizos e italianos— para ocupar territorios que, lejos de estar desocupados, pertenecían al pueblo mapuche. Esta política estatal forzó a las comunidades a vivir en «reducciones», tierras comunitarias que no se comparaban con la extensión de su territorio ancestral. Este proceso generó un «trauma» que, según el académico, es la base del conflicto que persiste hasta hoy.
Más allá del territorio: Las demandas urbanas
El imaginario colectivo chileno asocia el conflicto mapuche exclusivamente con la reivindicación territorial en el sur del país. Sin embargo, Mege advierte que esta visión es incompleta. El fenómeno de la gran migración a las ciudades ha hecho que la inmensa mayoría del pueblo mapuche sea urbana. «La gran población mapuche vive en Santiago», afirma, seguido de ciudades como Los Ángeles y Temuco.

En este contexto, las demandas del pueblo mapuche son mucho más amplias que la recuperación de tierras. Tienen un carácter urbano y se centran en derechos sociales como la educación, la salud, la vivienda y la no discriminación. Simplificar el problema a una cuestión territorial, aunque legítima en algunos sectores, invisibiliza a la mayoría del pueblo mapuche y sus necesidades actuales.
Violencia, medios y la estigmatización
La situación en el sur es compleja, con la coexistencia de reivindicaciones históricas y actos delictivos. Mege explica que, si bien existen grupos que optan por la violencia, estos son minoritarios y, a menudo, hay bandas delincuenciales asociadas al tráfico de madera y el narcotráfico que se «disfrazan» de reivindicadores mapuches.
En este escenario, el rol de los medios de comunicación ha sido determinante. El director del CIIR critica que los medios, en su mayoría en manos de la derecha, han generado un «efecto bastante eficaz» al asociar el problema mapuche con la violencia, estigmatizando a la comunidad. Este fenómeno es tan grave que muchos grupos mapuches están evitando identificarse como tal, prefiriendo otras nomenclaturas como pehuenches o lafkenches para desmarcarse del estigma.
El futuro en suspenso
A pesar de que el Estado ha mejorado sus intentos de diálogo, la solución a esta deuda histórica parece estar en suspenso. El fracaso del proceso constituyente, que prometía un avance significativo en los derechos de los pueblos originarios, ha frenado este debate, relegando a un segundo plano en la agenda política. El futuro de las reivindicaciones indígenas en Chile, concluye Mege, dependerá en gran medida del programa y la voluntad política de los próximos gobernantes. El camino para resolver esta deuda histórica aún se percibe incierto y con muchos desafíos por delante.


