Efraín Cáceres Cordero, ayacuchano de pura cepa, es guardaparque de la Reserva Nacional de Paracas. En este territorio marino-costero de 335 mil hectáreas que los peruanos decidimos proteger en 1975, el cuidado de sus recursos naturales es una cuestión de todos los días. A esto se dedica Cáceres desde hace 16 largos años por decisión propia, siendo un esforzado, esforzadísimo, defensor de la naturaleza.
Bajo este contexto, el Grupo Viajeros, medio aliado de Inforegión, realizó un reportaje escrito y audiovisual sobre el trabajo de Efraín Cáceres.
Breve historia de un guardaparque
Hemos llegado a Rancherío, en Laguna Grande, el estuario de aguas cristalinas que deslumbra por su belleza extrema al norte de la Bahía de la Independencia. Cuarenta casitas de madera y techos de estera se apretujan en una orilla densamente poblada de embarcaciones en reposo.
En este caserío en el fin del mundo, sobrevive una comunidad de pescadores artesanales cuyos antepasados debieron llegar de Comatrana e Ica hace más tres de siglos, y que hasta hace muy poco, transportaban los productos que les regalaba el mar en el lomo de mulas y de burros.
Un voluntariado indispensable
“Mellizo”, en realidad Ricardo Palacios, el más hablador del grupo, nos recibe con efusión. Desde hace algún tiempo sus compañeros de faenas, los guardaparques del Sernanp y él dedican sus empeños a vigilar y controlar los bordes costeros. Son guardaparques voluntarios comunitarios, una figura nacida al calor de la lucha por la conservación de los recursos naturales del Área Natural Protegida que por fin ha logrado integrar a las labores de vigilancia a la propia población local.
“Aquí hay que estar alertas, afirma, sino protegemos lo que es nuestro lo perdemos, se lo llevan a la mala los chinchorreros y los que insisten en pescar a dinamitazos”.
Sí, es así, la crisis de la pesca fuera de las áreas protegidas de carácter marino que el Estado ha ido creando, lanzó sobre Paracas a una legión de pescadores que en su desesperación arriesgan su vida tratando de extraer los recursos con explosivos y depredando lo que tienen a su alcance con medios prohibidos como el famoso chinchorro.
“Llegué como guardaparque voluntario y el paisaje del desierto con el mar a su lado me cautivó al instante, fue un flechazo. Eso hizo que decidiera volver para quedarme. ¿Sabes una cosa? Antes los chinchorreros y los dinamiteros se movían a su antojo, ahora ya no, les hemos puesto el pie encima. Claro, primero tuvimos que ganarnos el respeto y la confianza de la gente, de la población local que en un principio nos veía como enemigos, como tercos fiscalizadores, no entendían que nuestra labor es cuidar el área para que esté al servicio de todos”. Comentó Efraín.
Un trabajo sin descanso
A eso se dedica cada día el guardaparque Cáceres, experto en turismo, en relaciones comunitarias y, lo dice con orgullo, en avistar aves y proteger el ecosistema que habitan las más de 200 especies de emplumadas que han sido registradas en la reserva. Dejamos por un momento Rancherío y nos dirigimos al sector de Chucho para reunirnos con otro grupo de pescadores aliados de la conservación. Son las doce del día y los hombres de mar descansan, la noche entera la dedican a la pesca a cordel.
En este caserío de cuatro o cinco casitas que parecieran haber sido construidas con los despojos de todos los naufragios del planeta viven solo varones. Sus mujeres y sus hijos, como las mujeres y los hijos de los guardaparques del Sernanp, aguardan su retorno lejos de este litoral lleno de vida. La familia de Efraín radica en Ica, allí lo esperan cada 22 días para abrazarlo. Ó 44, según manden las obligaciones laborales.
Uno a uno los pescadores de playa El Chucho van saliendo de sus casitas para saludar al compañero de andanzas. Hoy deben planificar el patrullaje nocturno que tienen programado. Para ellos no hay descanso.
Dónde comencé, terminaré
“Entendimos que había que trabajar con la gente, no sin ellos, vuelve a decirlo Cáceres, los guardaparques del Sernanp en esta zona representamos al Estado. O en todo caso somos lo más cerca que tienen ellos de eso que llamamos Perú. Nos toca ser capacitadores, profesores, policías, hasta de bomberos hemos hecho, también somos médicos, jueces de paz, consejeros. Y ser todoterreno le da más importancia a nuestro servicio y nos llena de orgullo”. Expresó el guardaparque.
Un curtido pescador lo interrumpe. “No solo eso, compañero, ahora también somos como familia y como familia que somos estamos enfrentándonos a esos que dicen llamarse pescadores pero que en realidad son depredadores”.
Tienen razón. El mar peruano, éste que palpita frente a nosotros y también el de Grau, la porción del océano de nuestro Mar Tropical que le acabamos de entregar a los guardaparques del Sernanp para que lo cuiden, sufre distintas y graves amenazas. No importa, con guardianes como don Efraín y sus camaradas de Muelle, Rancherío, Chucho y tantos otros bohíos de pescadores como los que estamos visitando lo vamos a lograr.
Volvemos a casa con más certezas que incertidumbres. Y con una frase que se nos empoza en el alma: “Aquí me quiero quedar, este es mi destino, me hice guardaparque en Paracas y aquí, guardaparque de la Reserva Nacional de Paracas, habré de terminar”. Firmado: Efraín Cáceres Cordero, ayacuchano de pura cepa y servidor público del Estado peruano desde hace 16 años.
Proyecto guardianes
El proyecto “Guardianes, crónica de guardaparques en el Perú” es una iniciativa del Grupo Viajeros impulsada por el Sernanp y diversas organizaciones de la sociedad civil y el Estado que tiene como objetivo poner en valor el aporte y el legado de los guardaparques del sistema nacional de Áreas Naturales Protegidas. Toda la información que se produce en el marco del proyecto puede ser utilizada libremente incluyendo, en la medida de lo posible, los hashtags que incluimos en cada uno de los copy elaborados.