Días viajando a pie y en camión, los llevaron paradójicamente a dormir en las faldas de un avión. Sin dinero, ropa ni equipaje, el primer día que llegó a Perú, Roger, un niño venezolano de 6 años, y su madre Leyla, juntaron y apilaron cartones en una plaza de Tumbes llamada “Parque El Avión”, para que pudieran dormir a la intemperie con la esperanza de haber alcanzado por fin un lugar seguro donde crecer.
El trayecto de Roger fue inclemente. En febrero de 2024, junto a su mamá y su papá, José Alberto, salió de su natal Portuguesa, a 436 km. de distancia a Caracas por carretera, buscando un mejor lugar para crecer luego que invadieran la parcela en la que vivía, donde tenía una modesta siembra.
“Desde ese entonces empezamos a caminar, solo teníamos el dinero que nos permitiría pagar los varios buses que nos llevarían a Perú, aproximadamente 200 dólares cada uno. Estuvimos 3 meses en Ecuador pero no conseguía trabajo por mi edad y porque no tenía quién cuidara a mi niño. Soy diabética y necesitaba mis medicamentos. Mi hijo también enfermó de vómito”, relata su madre, Leyla.
Cuando llegaron a Perú por Tumbes, en junio de este año, la familia de Roger pensó continuar el desplazamiento hasta Lima, a 1,274 km. de distancia viajando por carretera, pero tras la primera noche en el “Parque El Avión”, Leyla recordó que luego de cruzar la frontera vio un espacio de paredes celestes ubicado en la misma Panamericana Norte, con mensajes alusivos a la inclusión migrante: era el Punto de Atención y Orientación (PAO) que acoge a migrantes en tránsito y refugiados que administra Unicef.
“Nosotros no sabíamos lo que era, pero algunas personas nos comentaron que ahí nos podíamos duchar, lavar la ropa, comer y nosotros estábamos con hambre. No teníamos ni dinero ni qué comer”, recuerda.
Con Roger en brazos, caminaron hacia allá, esperando recibir la ayuda que tanto esperaron desde su partida. Cuando llegaron, se dieron cuenta que la ruta de trocha había acabado. Era momento de parar.
Los primeros veinte días siguieron durmiendo a la intemperie, hasta que una familia ecuatoriana, asentada en esta ciudad fronteriza, los acogió, brindándoles trabajo a sus padres.
La vida empezaba a cambiarles para bien. Con la orientación y el apoyo de Unicef Roger fue matriculado en el jardín “Primeros Pasos”, adonde asiste diariamente en el turno tarde desde aproximadamente un mes después de que arribaran a Tumbes, y recibió una mochila con los útiles que requería para iniciar su vida escolar.
En el PAO, Unicef, a través de los fondos destinados por la Oficina de Población, Refugiados y Migrantes de EE.UU. (BPRM, por sus siglas en inglés), ha implementado diversos servicios a los que Leyla y Roger han accedido, como puntos de hidratación con agua segura, servicios higiénicos, zona de descanso y atención nutricional y suplementación a niñas y niños menores de 5 años, como Roger. Allí, entre septiembre de 2022 y septiembre 2024, se han atendido 48,915 personas, de los cuales 18,651 (38%) fueron niñas, niños y adolescentes.
“No he encontrado algo similar en mi trayecto, nada. Estoy agradecidísima. Me han dado mis medicinas para la diabetes y también las medicinas para Roger. Nosotros supuestamente íbamos a Lima pero decidimos quedarnos acá. Ya mi hijo también está estudiando”, comentó.
Roger hoy está feliz, construyendo lazos de amistad y aprendiendo en su escuela los valores que lo harán una persona de bien. “Él recita, le ponen un micrófono para hablar y lo hace muy bien. Quiero que sea alguien importante en la vida. Desde que hemos parado aquí, en Tumbes, vamos a empezar a avanzar, poco a poquito”, finaliza Leyla.
Fuente: Ricardo Monzón / Unicef Perú