Por: Daniela Valdivia Blume
MADRE DE DIOS. Una trocha carrozable rodeada de abundantes llanuras verdes, ubicada a dos horas en moto de Puerto Maldonado, conduce a la localidad Botijón Grande, en el distrito Las Piedras, lugar donde viven los hermanos Díaz Pacherrez. Una familia madrediosense dedicada, desde la década del 60, a la producción de la castaña. Los árboles de más de 40 metros de altura que solo crecen en la congruencia de Bolivia, Brasil y el sur del Perú.
Edith es la mayor con 53 años y cuenta que fue a partir de la muerte de su madre, Águeda Pacherrez Salazar, que sus hermanos; María, Francisco y ella, decidieron asumir la responsabilidad de continuar administrando la concesión de castaña que permitió que completaran sus estudios en el colegio e hiciera posible la construcción de una casa propia para los tres y sus familias.
Si bien hoy la concesión solo está a nombre de uno de ellos, los tres están involucrados con los castañales, que vienen atravesando graves impactos ambientales debido a distintos factores como la creciente invasión de taladores ilegales en sus tierras y la alteración del clima, producto del cambio climático. Una situación que estaría golpeando directamente en su economía familiar y bienestar, según relata Edith a Inforegión.
“Todo ha cambiado mucho, los árboles ya no dan las mismas producciones [de castaña] que antes, ha bajado bastante. Yo veo a los árboles caídos; por el suelo, con las hojas secas, incluso, ahora los árboles se llegan a secar en plena producción. ¿Qué será? Tampoco sabemos si es la contaminación. A mí hermana María yo le digo que ya no se ve nada de castaña o muy poco, de 20 árboles, hay diez o ocho que ya no producen bien”, afirma.
Hasta hace tres años, cada árbol daba entre dos o tres sacos de castaña, llamados también ‘barricas’, las cuales alcanzaban una cosecha total de 300 sacos de castaña, de acuerdo al volumen de recolección de la concesión de los hermanos Pacherrez. Tras la pandemia, esta cantidad se redujo a 100, es decir más de la mitad de su producción habitual.
“No me explico por qué los árboles se llegan a secar así, se van amarillando, a veces pienso que están cambiando de hoja, pero es que el árbol se está secando totalmente, ya no se regeneran y no vuelven a crecer. Los vientos están cambiando, ahora son huracanados y se vuelan los árboles, y los gusanos, como la bayuca, se están comiendo sus hojas. Es necesario que el Estado nos dé apoyo económico para poder conservar el bosque, y si no hay ese apoyo no se puede hacer nada, ni reducir la contaminación, y a eso se le suman los invasores, que ya nos han quitado como 30 hectáreas, de las 180 que tenemos”, expresa con preocupación Edith.
“Yo escucho hablar a otras personas que dicen que los árboles están así, porque tienen años y ya están viejos, pero yo no creo en eso, esos árboles han vivido miles de años, es otra cosa lo que está provocando esto”, agrega.
Ante ello, Edith y sus hermanos, con el propósito de cubrir sus necesidades, han optado por trabajar con otros recursos que también produce su concesión, tales como el fruto amazónico Caimito y el Azúcar Huayo. Este último es un tipo de árbol de la familia de las fabáceas con el que se obtiene madera pesada.
Además, tienen una alianza con la empresa Bosques Amazónicos – BAM, a través del Proyecto REDD+ Castañeros, un acuerdo que su madre estableció, en 2012, cuyo servicio es ofrecer soporte técnico y legal a 585 concesionarios socios de la Federación de Productores de Castaña de Madre de Dios (Feprocamd).
Por medio de capacitaciones fortalecen sus habilidades productivas, tienen la posibilidad de generar mayores ingresos económicos, bajo un manejo forestal sostenible y, a la vez, con el respaldo de un sistema de monitoreo, control y vigilancia integral para frenar las amenazas de deforestación en las concesiones.
Hoy, la cantidad de gases contaminantes que los productores, como Edith, María y Franciso, evitan emitir a la atmósfera al realizar sus actividades se han convertido en un incentivo económico para mitigar los efectos del cambio climático y, al mismo tiempo, en una oportunidad para aumentar sus ganancias anuales.
Dichas cantidades de CO2 ahora son equivalentes a créditos de carbono, comúnmente llamados “bonos de carbono”, que se ponen a la venta en el mercado voluntario para ser adquiridos por compañías en todo el mundo que buscan compensar su huella de gases de efecto invernadero a cambio de solventar la conservación del bosque.
Un mecanismo que, en este caso en particular, funciona a través de la compañía BAM, quienes se encargan de demostrar, ante los estándares internacionales, que las acciones de conservación realizadas por los concesionarios socios de Proyecto REDD+ Castañeros están generando un impacto positivo en el bosque y el ambiente.
El beneficio representa un ingreso directo por su trabajo de conservación. Una labor que ha sido reconocida a nivel mediático a lo largo de los años por el Estado peruano, pero que todavía pasa por agua tibia al momento de establecer medidas concretas para frenar los delitos ambientales y gestionar planes integrales de reparación a causa de los daños provocados por el avance de las economías ilícitas, como la minería y tala ilegal. Una realidad a la que hizo frente Águeda, madre de Edith, María y Francisco, hasta su último día.
“Mi mamá nunca fue dirigente, pero igual luchó años por el bosque y apenas pudo recibir algo por eso. Cuando ella se inscribió al proyecto, hace más de 10 años, aún no llegaban los bonos, y justo faltando un mes para que fallezca llegó el primero. Mi mamá contenta agarró sus 1000 soles, recuerdo que nos llevó a comer, y ahí no más habrán pasado diez días y falleció. Ahora, los tres cuidamos el bosque, compartimos las ganancias de la castaña y con el bono sustentamos la conservación de nuestros castañales”, agregó al cierre de esta entrevista Francisco, el último de los hermanos Pacherrez, mientras se dirigía en paso firme a su concesión.