Hubo un tiempo en que el sonido de los caracoles chocando contra el pecho de un hombre Harakbut era sinónimo de autoridad, fuerza y conexión espiritual. Ese sonido provenía del Machinue, un atuendo tradicional tejido con fibras de cetico y adornado con plumas. Sin embargo, en los últimos años, el silencio había empezado a ganar terreno en la comunidad nativa de Puerto Luz. La migración, la falta de oportunidades y, sobre todo, las heridas de la discriminación, estaban desconectando a los jóvenes de sus raíces.
«Nuestros jóvenes se han ido desconectando, muchos padres optan por decirles que la lengua y nuestros conocimientos no sirven, por temor a que sus hijos sufran la misma discriminación que ellos vivieron», confiesa Emilio Sarike Janiri, director de la Institución Educativa Intercultural Bilingüe N° 52102 «Padre José Álvarez».
Decidido a «voltear la página», Sarike inició el proyecto «Tejiendo saberes: Artesanía machinue para construir mi identidad cultural». Lo que comenzó como un taller de artesanía se ha transformado en un profundo proceso de sanación generacional y reafirmación de identidad para la promoción del 2025.
El bosque como aula
Para Sarike y su equipo docente, la educación no puede estar encerrada entre cuatro paredes. El proceso de recolección de materiales para el Machinue, desde la fibra de cetico hasta las plumas y caracoles, se convirtió en una lección viva de biología y gestión territorial.

«Somos una institución EIB (Educación Intercultural Bilingüe) y nuestro bosque es nuestra aula», afirma el director. «Cada pluma, cada caracol, cada árbol tiene su propio conocimiento. Los estudiantes aprendieron qué aves dejar volar, qué árboles cuidar y cuál es la temporada correcta».
Esta metodología no compite con la tecnología, sino que la complementa. Frente a las pantallas de celulares, Sarike les recuerda a sus alumnos que lo que ven en internet tiene una historia, pero que ellos, como pueblo Harakbut, tienen una historia igual de fuerte y válida.
Sanando el vínculo con los abuelos
Uno de los impactos más conmovedores del proyecto ha sido el reencuentro entre generaciones. Los estudiantes, cuaderno de campo en mano, acudieron a los sabios y ancianos para aprender las técnicas ancestrales.
«Los abuelos se alegraron mucho. Algunos dijeron: ‘Pensamos que ya nadie quería aprender esto'», relata Sarike. Ver a los jóvenes escuchando con respeto devolvió la alegría a los mayores, cerrando una brecha que parecía insalvable y validando el conocimiento que muchos docentes foráneos habían despreciado en el pasado.
El corazón de las mujeres y la postura del líder
Aunque el Machinue es portado tradicionalmente por los varones como símbolo de guerrero y líder, Sarike es enfático en señalar que este renacer cultural no sería posible sin las mujeres. «Nace del corazón de las mujeres», asegura. Las madres y las niñas fueron piezas clave en la recolección, limpieza de caracoles y preparación de las fibras, enseñando a la comunidad que la identidad es una construcción colectiva.

El resultado final va más allá de un objeto artesanal. Es un cambio de actitud. El director ha notado una transformación física y emocional en sus alumnos: «El estudiante que hoy viste el Machinue camina diferente. Levantan la cabeza, hablan más claro, explican su cultura sin temor. Antes se escondían, ahora quieren participar».
Para los jóvenes que se graduarán en 2025, llevar el Machinue no es un disfraz, es un distintivo de madurez, tolerancia y liderazgo para conducir el futuro de su comunidad.
«Nunca olviden de dónde vienen»
El proyecto busca consolidarse primero dentro de la institución para luego ser un referente cultural hacia otras comunidades, siempre cuidando de no perder su esencia espiritual. Al cerrar la entrevista, el profesor Sarike deja una lección que espera resuene en sus alumnos dentro de 20 años, cuando ellos sean los líderes de Puerto Luz: «Nunca olviden de dónde vienen, porque ahí está su fuerza».
En medio de la selva de Madre de Dios, el sonido de los caracoles del Machinue ha vuelto a sonar, anunciando que la cultura Harakbut está más viva que nunca.


