Cada 15 de noviembre, Perú conmemora el Día Nacional de la Vicuña, un homenaje a este camélido sudamericano cuya fina y cálida fibra ha creado un mercado de lujo en el ámbito global. Sin embargo, detrás del alto valor de esta fibra en el mercado mundial, persiste una historia de desigualdad y sacrificio para las comunidades altoandinas, quienes con la práctica ancestral del chaccu protegen a las vicuñas y sostienen una tradición que equilibra lo cultural y lo ambiental.
La técnica del chaccu: tradición y sostenibilidad
El chaccu, una práctica ancestral de captura y esquila de vicuñas, es mucho más que una técnica de recolección de fibra: es un ritual de respeto hacia la naturaleza. Durante el proceso, una cadena humana rodea a las vicuñas, guiándolas hacia un corral en el que se asegura el bienestar de los animales. Las crías y vicuñas jóvenes son liberadas y las adultas son esquiladas sin comprometer su vida, una muestra de cómo las comunidades respetan la sostenibilidad del ecosistema altoandino.
Recientemente, en el marco del Alpaca Fiesta 2024 en Arequipa, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) realizó una demostración del chaccu, resaltando su rol en la conservación de la especie y su importancia cultural. Esta actividad, que beneficia a más de 3000 familias, destaca cómo las comunidades altoandinas han encontrado en esta técnica una fuente de ingreso que respeta la biodiversidad de la puna peruana.
Inequidad en el comercio de la fibra de vicuña
La fibra de vicuña es una de las más finas del mundo, con un precio elevado en el mercado internacional. Sin embargo, esta riqueza no se traduce en beneficios para las comunidades que la producen. La comunidad de Lucanas en Ayacucho, que ha trabajado históricamente con empresas como Loro Piana, recibe aproximadamente $280 por la fibra obtenida en cada chaccu. Esto resulta alarmante al compararlo con los precios que estas prendas alcanzan en tiendas de lujo en ciudades como Nueva York o Milán, donde pueden costar entre US$9000 y US$30 000.
La desigualdad en la cadena de valor es evidente: mientras las marcas obtienen ganancias significativas, los comuneros enfrentan condiciones precarias. A menudo, deben trabajar gratis debido a la estructura organizativa interna y la falta de alternativas económicas en sus territorios. Además, un estudio del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) en 2018 reveló que el 80% de la población de Lucanas no percibe beneficios económicos significativos de la participación de la comunidad en el comercio de la vicuña, una situación que cuestiona la justicia en este mercado.
Por un comercio justo que honre la tradición
La historia del comercio de fibra de vicuña también muestra cómo, con el tiempo, los intereses comerciales han transformado un sistema inicialmente pensado para beneficiar a los habitantes andinos en un modelo que prioriza a grandes empresas. En 1994, tras un tratado que buscaba erradicar la caza furtiva, las comunidades obtuvieron el derecho de esquilar a las vicuñas en sus territorios, y Loro Piana se convirtió en uno de los primeros compradores internacionales. Sin embargo, una serie de decretos en los años 2000 permitieron a las empresas adquirir tierras y participar en la esquila, relegando a las comunidades a un rol secundario en la cadena productiva.
El Día Nacional de la Vicuña debe recordarnos la urgencia de fortalecer un modelo de comercio justo que garantice el respeto a las comunidades andinas y su derecho a una justa remuneración por su labor. El chaccu no solo es una práctica de manejo sostenible y de conservación ambiental, sino también un legado cultural que merece ser honrado y valorado. Invertir en un comercio que proteja tanto el bienestar de la vicuña como la dignidad de las comunidades es fundamental para un desarrollo verdaderamente sostenible.