En el centro poblado de Villa Puerto Pizarro, en Tumbes, funciona un espacio que protege a una de las especies más emblemáticas y vulnerables del norte peruano: el cocodrilo de Tumbes. Entre manglares, estanques y sombra de algarrobos, el Centro de Conservación para el Cocodrilo de Tumbes, administrado por FONDEPES, se ha convertido en un refugio donde esta especie amenazada vuelve a encontrar seguridad, vigilancia y futuro.
Bajo el sol intenso de la región, los cocodrilos permanecen casi inmóviles, mimetizados entre el barro y el reflejo del agua. Son parte de una historia de recuperación que empezó cuando el equipo de FONDEPES recorrió ríos y manglares para localizar los primeros ejemplares y evitar que desaparecieran debido a la caza ilegal y la pérdida de su hábitat.
Una misión que tomó forma en el agua
Flavio Saldarriaga, responsable del centro, señala: “Este lugar nació para conservar una especie emblemática que existe solo en el norte del país. El objetivo siempre fue claro: evitar su extinción y asegurar su perpetuidad en el tiempo”, afirma mientras observa a los cocodrilos reposar al borde del estanque.
Los esfuerzos iniciales, meses de navegación y búsquedas en manglares, permitieron reunir a los primeros reproductores. Desde entonces, el trabajo constante ha dado lugar a más de 320 ejemplares, entre juveniles y adultos, que hoy simbolizan décadas de perseverancia y manejo responsable.
Ese conocimiento acumulado permitió elaborar el Protocolo de crianza del cocodrilo de Tumbes en cautiverio, una guía técnica que orienta su conservación en el país.
Jacinto y Miguel, dos generaciones al cuidado de los cocodrilos
En este centro, la conservación también se sostiene en historias humanas. José Jacinto Morales, cuidador con 28 años de servicio, empieza su rutina antes del amanecer revisando pozas, preparando alimento y llevando ejemplares al laboratorio veterinario. “Yo los he visto crecer. Cada uno tiene su carácter. Algunos son más tranquilos, otros se enojan si te acercas mucho. Pero si uno los conoce, aprende a respetarlos”, señala con una sonrisa que mezcla orgullo y afecto.
Su hijo Miguel sigue sus pasos. Ambos conocen bien a Godzilla, uno de los ejemplares más emblemáticos del centro, de 3.50 metros y 300 kilos. “A Godzilla yo lo vi nacer, lo vi desde chiquitito. Nació de 30 centímetros y ahora mide más de 3 metros”, cuenta Jacinto en un tono casi familiar.
Un espacio educativo que impulsa la economía local
El centro recibe más de 60 000 visitantes al año, atraídos por la singularidad de esta especie y por el valor educativo del lugar. Escolares, estudiantes y turistas aprenden sobre el rol ecológico del cocodrilo de Tumbes, un depredador esencial para el equilibrio de los ecosistemas costeros.
Esta afluencia fortalece la economía local: servicios turísticos, transporte, alimentación y artesanía encuentran en el centro una fuente estable de ingresos para las familias de la zona. Así, la conservación se convierte también en una oportunidad de desarrollo sostenible.
Supervisión que garantiza un manejo responsable
La labor diaria del centro es acompañada por el Osinfor, que verifica que el manejo de fauna sea legal y sostenible. Las supervisiones revisan la alimentación, la bioseguridad, el estado de las instalaciones y el cumplimiento del plan de manejo. En 2025, este trabajo permitió que el centro obtuviera su constancia de cumplimiento de obligaciones.
Cuando cae la tarde en La Tuna Carranza, los cocodrilos se sumergen en silencio. El centro vuelve a ser un espacio de calma, donde la vida se abre paso entre sol y agua. Allí, en ese refugio del norte peruano, la conservación demuestra que proteger una especie también significa proteger una historia que merece seguir viva.
