Donde antes había un manto blanco perpetuo, hoy asoman rocas negras y desnudas. Para Jonny Jaramillo, comunero de Ranguas, la transformación del paisaje es una herida abierta en la memoria: «Yo cuando era niño, todo esa montaña negra era puro nevado. Hoy nos queda solamente un pedacito de hielo». Su testimonio no es solo nostalgia; es la evidencia empírica de una crisis climática que amenaza con dejar sin agua a las futuras generaciones de la Cordillera Blanca.
Ante esta realidad, surge una esperanza: la propuesta de creación del Área de Conservación Regional (ACR) Champará – Coyllorcocha. Se trata de un esfuerzo articulado entre el Estado y cuatro comunidades campesinas, Kiman Ayllu, Ranguas, Yanac y Quitaracsa, para proteger un ecosistema que funciona como un corredor natural de vida, conectando directamente con la Reserva de Biosfera Huascarán.
La agonía del hielo y el «carbón negro»
Las cifras son devastadoras. Según Alexzander Santiago Martel, especialista en hidrología y glaciología del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM), en los últimos 58 años, el Perú ha perdido más del 56% de sus glaciares.
El especialista explica que el retroceso no se debe solo al calentamiento global, sino a factores locales como la quema de pastizales y el parque automotor. «Los materiales particulados, como el carbón negro, viajan en la atmósfera y se depositan en los glaciares. Al oscurecer la superficie, fusionan el hielo más rápido», advierte Santiago.

Pero el problema no termina con el deshielo. La roca que queda expuesta al oxígeno genera un proceso químico peligroso: la acidificación de las aguas. «Hay aguas que ya no sirven para el consumo humano, ni para riego, y mucho menos para la agricultura», sentencia el experto del INAIGEM, alertando sobre el riesgo para los bofedales y la biodiversidad que depende de estas fuentes.
Agua: la moneda de supervivencia
Para los habitantes de la zona, proteger el Champará-Coyllorcocha no es un tema estético, sino de supervivencia. «Nuestra agua baja de las alturas. Con eso cocinamos, damos de tomar a nuestros animales y regamos nuestros cultivos», explica Abelina López, de la comunidad de Quitaracsa. La incertidumbre sobre el futuro hídrico es palpable: «No sé qué será de nosotros si se acaba nuestra agua».
Dina Quispe, presidenta de la comunidad de Ranguas, refuerza esta visión: la agricultura familiar, el sustento diario, depende enteramente de la salud de la puna y el nevado. Es por ello que las autoridades locales han tomado una postura firme. Carlos Pinedo, alcalde de Yanac, asegura que la organización comunal busca frenar amenazas externas: «Nos estamos organizando con la reforestación y la creación de represas. Queremos mantener nuestro distrito sano y consumir agua saludable».
Un hito en la conservación regional
Vidal Rondán, coordinador del Instituto de Montaña, destaca la singularidad de este proceso: «Esta es la primera vez que el Gobierno Regional de Áncash impulsa la creación de un ACR». El objetivo va más allá de prohibir actividades; busca fortalecer prácticas locales como el turismo responsable, el uso tradicional de plantas andinas y la vigilancia comunal.

Para comuneros como Roosbeht Pérez, el valor del lugar es incalculable: bosques de quenuales, lagunas y paisajes únicos. Pero reconoce que «la belleza de estas montañas es frágil: sin glaciares, la vida se apaga».
El legado para los que vienen
La propuesta del ACR Champará-Coyllorcocha es, en última instancia, un pacto intergeneracional. Jorge Moreno, presidente de la comunidad Kiman Ayllu, lo resume con claridad lapidaria: «mañana más tarde, nuestros hijos y nietos tienen que seguir con estos recursos naturales no contaminados. Es el futuro de nuestras comunidades».
Proteger el Champará es hoy mucho más que conservar un nevado; es salvaguardar la «reserva de agua» que sostiene la vida en los Andes y que alimenta, cuenca abajo, a la propia Amazonía.


