En la Reserva de Biosfera Oxapampa-Asháninka-Yánesha (BIOAY), en el centro de Perú, el pueblo yánesha mantiene viva una tradición milenaria: el teñido con pigmentos naturales. Pese a la migración, el cambio climático y la pérdida de prácticas culturales, esta técnica sigue siendo una expresión de continuidad y espiritualidad.
“Cada pieza que creamos lleva consigo una parte de nosotras, de nuestro amor por la tierra y por lo que somos. No es solo un trozo de tela, es una historia, es el bosque, somos nosotras”, afirma Dina, artesana yánesha.
Saberes tejidos con el bosque
El territorio yánesha se ubica en la intersección de los Andes y la Amazonía, un entorno que ha dado forma a su identidad cultural. Su lengua, con influencias quechuas, y sus prácticas tradicionales reflejan este cruce de mundos. Entre ellas, el teñido natural ocupa un lugar central.
La BIOAY, con 1,8 millones de hectáreas y cuatro áreas naturales protegidas, alberga a más de 116 000 personas de diversas etnias que desarrollan actividades agroforestales, turísticas y comunitarias. Allí, las mujeres yánesha son las principales transmisoras de un conocimiento que combina botánica, espiritualidad y técnicas artesanales.

El teñido natural se realiza a partir de cortezas, hojas y raíces de plantas como el achiote, la cúrcuma, el matico o el pallón. Existen dos métodos principales: en frío, con absorción lenta del color, y en caliente, que acelera la fijación y altera las texturas. Cada proceso exige respeto por la naturaleza, reflejado en oraciones y rituales antes de la recolección.
Tradición en riesgo
La transmisión de saberes se daba tradicionalmente a través del rito de iniciación Ponapnora, donde niñas pasaban semanas en el bosque aprendiendo de madres y abuelas. Hoy, esta práctica ha disminuido por presiones escolares y sociales, lo que debilita el traspaso generacional.
“En el pasado, nuestras abuelas nos llevaban al río, al bosque, a buscar plantas tintóreas. Sabíamos qué corteza daba qué color, cómo pedir permiso al árbol y agradecerle. Pero ahora ya no es como antes. Muchas plantas son difíciles de encontrar”, recuerda Medalit Ruffner Ramon, artesana yánesha.
A las tensiones sociales se suman los efectos ambientales: deforestación, apertura de carreteras y cambio climático reducen la disponibilidad de especies tintóreas. Las mujeres deben recorrer mayores distancias o comprar insumos, lo que encarece y dificulta la práctica.
El interés de las nuevas generaciones también se ve afectado. Muchas jóvenes priorizan estudios y empleo fuera de la comunidad, mientras algunas artesanas mayores son reacias a compartir sus conocimientos en espacios externos, lo que incrementa el riesgo de pérdida cultural.

Iniciativas de revitalización
Frente a estos desafíos, se han impulsado proyectos como Llo’lo Pats Yanesha, promovido por la Federación de Comunidades Nativas Yánesha (FECONAYA) y UNESCO Perú. Esta iniciativa busca sistematizar los saberes ancestrales y fortalecer el aprendizaje intergeneracional mediante talleres y encuentros comunitarios.
El teñido natural ha encontrado también espacios de visibilidad en concursos y desfiles de moda indígena, donde se muestra como una práctica ligada a la sostenibilidad, la identidad y el orgullo cultural. En los hogares de las artesanas, convertidos en centros comunitarios, se transmiten valores, técnicas y espiritualidad vinculada al bosque.
Guardianas de identidad
Más allá del arte textil, la defensa del teñido forma parte de un esfuerzo mayor por proteger la lengua, los rituales, la música y la cosmovisión yánesha. Las mujeres que continúan esta labor son reconocidas como maestras, líderes espirituales y defensoras del territorio.
La preservación de esta tradición no solo garantiza la continuidad cultural del pueblo yánesha, sino que refuerza un mensaje universal: la importancia de mantener vivo el vínculo entre humanidad y naturaleza.
*Fuente: Unesco


