Desde el centro poblado Las Palmeras de Nazangaro, en Vizcatán del Ene, esta productora cultiva mucho más que chocolate: cultiva sueños, identidad y sustento. Su marca Vizcachoc ha sido reconocida a nivel mundial. Pero su verdadero triunfo es haber convertido la tierra en motor de vida para su familia y su comunidad.
Para Carmen Montes el cacao es mucho más que un cultivo. Es parte de su historia, su herencia familiar y su progreso. “Yo lo tuve a mis plantas como a mi hijo”, dice con ternura. “Viéndome mis plantitas a mi lado me da más emoción, más fuerza, más ánimo”. Desde niña ha estado profundamente vinculada al cacao, aprendiendo de su cuidado gracias a la guía de sus padres. Con los años, ese conocimiento ancestral se ha convertido en su apuesta de vida.
Junto a su esposo, Remigio Mallma vive en el centro poblado Las Palmeras de Nazangaro, ubicado en la provincia de Satipo. Y con el apoyo de una asociación de productores del distrito de Vizcatán del Ene, fundaron Vizcachoc, una marca de chocolate artesanal que nació del deseo de dar valor al fruto que por generaciones habían cultivado y que ha sido reconocida dentro y fuera del Perú. “No fue fácil”, recuerda. “Pero desde el inicio, yo ya pensaba que mi cacao me iba a dar producción, calidad y que más allá yo misma tenía que industrializarlo”. Así lo hizo.

En 2022, su esfuerzo cruzó fronteras: su grano fue premiado en Francia con el reconocimiento internacional Cacao Grano de Oro. Al año siguiente, en 2023, volvió a destacar al ser reconocido como uno de los mejores del mundo en el certamen internacional Cacao of Excellence, realizado en Europa. Más allá de los premios, Carmen valora algo aún más importante: el impacto del cacao en su comunidad. Hoy, este cultivo brinda sustento a decenas de familias que trabajan en sus propias parcelas o apoyando en otras.
El cacao como sustento y herencia familiar
Sus logros no solo hablan de calidad, sino también de constancia. El camino no ha sido fácil. En Vizcatán, las carreteras en mal estado dificultan la comercialización y la distancia encarece la esperanza. “Queremos salir y sobresalir, pero a veces nos falta apoyo”, señala Carmen. Aun así, no se detiene. Tiene un sueño claro: exportar su chocolate. No busca cantidad, sino calidad. Y, sobre todo, quiere abrir camino para las generaciones que vienen. “Ojalá nuestros hijos sigan lo que hemos empezado. Si prueban, si hacen, van a querer. A veces solo falta enseñar, innovar”.
Carmen cree en el cacao como una apuesta digna. Su mensaje es directo y poderoso: “El cacao es nuestro sustento. Nos da fuerza para trabajar. A quienes recién empiezan, les diría que lo sigan cultivando, que enseñen a sus hijos. Porque nuestro cacao tiene bastante beneficio para todos”. Para Carmen Montes, cultivar cacao es mucho más que eso: es cultivar el futuro.


