jueves 18, diciembre 2025

Errores comunes al traducir documentos oficiales

Traducir documentos no es solo cuestión de idioma. Evita errores frecuentes que pueden frenar trámites importantes o generar rechazos.

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En la burocracia moderna, los trámites suelen funcionar como engranajes dentro de un mecanismo que, aunque a veces opaco, exige precisión. Un sello mal colocado, una fecha ilegible o una palabra ambigua pueden convertirse en trabas que interrumpen procesos enteros. En ese entramado, los documentos traducidos no están exentos de esta dinámica. Más bien todo lo contrario: al pasar de un idioma a otro, lo que está en juego no es solo la fidelidad del contenido, sino también su capacidad para ajustarse a lo que exigen instancias administrativas, legales o diplomáticas.

No es extraño que muchas personas se vean obligadas a rehacer una gestión por errores que podrían haberse evitado con una mayor atención al procedimiento. Algunos de esos errores no radican en el contenido original del documento, sino en cómo ha sido interpretado, traducido y entregado. La traducción de documentos oficiales no es una mera operación lingüística: también es una operación cultural, jurídica y administrativa que debe contemplar múltiples factores más allá del idioma.

1- Errores por traducción literal palabra por palabra

Entre los errores más frecuentes se encuentra la traducción excesivamente literal. El afán de mantener una correspondencia palabra por palabra con el texto original puede llevar a resultados que, aunque gramaticalmente correctos, resultan extraños o inadecuados para los fines a los que está destinado el documento. Expresiones que no tienen un equivalente directo en el idioma de destino, usos locales del lenguaje o estructuras que pierden sentido fuera de su contexto original son ejemplos típicos de esta problemática.

Quien traduce de forma literal puede terminar desvirtuando no solo el significado, sino también la función del texto. Las instituciones que reciben documentos traducidos —consulados, juzgados, universidades, registros civiles— suelen requerir un estilo específico, incluso fórmulas verbales que respeten convenciones establecidas. No seguir estas normas implica un riesgo: el documento puede ser rechazado o devuelto con observaciones que retrasen todo el trámite.

Además, este tipo de traducciones a menudo ignoran que ciertos términos jurídicos o administrativos poseen un significado técnico particular. Por ejemplo, un «record» académico, un «birth certificate» o una «power of attorney» no siempre se traducen con sus equivalentes más obvios. Aquí entra en juego la experiencia y especialización del profesional a cargo.

Es ahí donde las traducciones certificadas se vuelven un recurso clave. Al contar con un traductor habilitado por los organismos correspondientes, el documento no solo se traduce, sino que se valida en forma y fondo según los requerimientos del país o entidad receptora. Es una garantía doble: lingüística y legal.

2- Problemas con nombres propios, cargos y fechas

Otro punto sensible en la presentación de documentos traducidos tiene que ver con la transcripción de nombres propios, cargos institucionales y fechas. Por más insignificantes que parezcan, estos elementos están rodeados de convenciones que no pueden pasarse por alto.

En el caso de los nombres, lo habitual es conservarlos tal como figuran en el original, sin intentar adaptarlos fonéticamente al nuevo idioma. Sin embargo, no es raro encontrar traducciones donde “Juan Pérez” se convierte en “John Perez” o donde el apellido materno se omite por desconocimiento de los usos culturales de cada país. En sistemas legales donde la identidad se vincula directamente con la forma en que el nombre aparece en documentos oficiales, esto puede generar inconsistencias graves.

Algo similar sucede con los cargos. Traducir literalmente “Fiscal General” como “General Prosecutor” puede sonar adecuado para un lector casual, pero puede no tener ningún sentido en el sistema jurídico de destino. El riesgo aquí no es solo terminológico: es funcional. El documento podría interpretarse de forma errónea o, peor aún, considerarse inválido.

En cuanto a las fechas, el formato es todo. En muchos países el orden día/mes/año es la norma, mientras que en otros se usa mes/día/año. Cambiar este orden sin aclaración puede inducir a error o ser motivo de observación por parte del organismo receptor. Por eso, más allá del idioma, lo que está en juego es la adaptación a una lógica documental específica.

3- Omisión de sellos, firmas y anotaciones visibles

Existen elementos de los documentos originales que no deben traducirse, pero que sí deben ser referenciados o explicados. Hablamos de sellos oficiales, timbres fiscales, firmas manuscritas, anotaciones marginales, entre otros. Aunque estos no se trasladan literalmente al nuevo idioma, sí requieren una glosa que indique su presencia y significado dentro del documento.

No hacerlo puede despertar sospechas o dar la impresión de que el documento ha sido manipulado. También puede generar confusión en el lector sobre la validez o completitud del archivo. Un buen traductor sabrá cómo incorporar notas aclaratorias de forma sutil y profesional, sin que estas interfieran con el cuerpo principal del texto. Incluso hay formatos estandarizados para ello, especialmente en traducciones juradas o certificadas.

4- Ausencia de certificación o validación formal 

Un problema que aparece con frecuencia es la entrega de traducciones realizadas por personas no habilitadas. Aunque el conocimiento del idioma sea alto, si el traductor no cuenta con la autorización correspondiente, el documento no tendrá validez ante la mayoría de los organismos públicos.

Esto ocurre, por ejemplo, cuando se traduce un diploma, un acta de matrimonio o un certificado de antecedentes sin recurrir a un traductor público o jurado. La consecuencia habitual es el rechazo inmediato del documento o la solicitud de una nueva traducción con certificación válida. La intención puede haber sido buena, pero el desconocimiento del procedimiento termina generando más demoras que soluciones.

En muchos países, la certificación incluye además la obligación de entregar el documento físico con firma y sello del traductor, junto a una declaración jurada de que la traducción es fiel al original. La omisión de este paso convierte la traducción en un documento informal, sin fuerza legal.

5- Formato desordenado o diferente al original

Más allá del contenido textual, los documentos traducidos deben respetar el formato del original. No se trata de replicar la estética, pero sí de mantener la estructura y el orden. Es decir, los párrafos, tablas, títulos, firmas y espacios deben conservar su disposición general para que la comparación entre versiones sea clara y directa.

No seguir esta lógica puede generar dudas en quien lo recibe. Si una sección aparece desordenada, si los datos no están en el mismo lugar o si el diseño sugiere una edición libre del texto, el riesgo de rechazo aumenta. Hay instituciones especialmente sensibles a este punto, como registros civiles o entidades educativas.

Un error menos evidente, pero no por eso menos relevante, es el uso inadecuado de tipografías, tamaños de letra y colores. Aunque parezca secundario, la formalidad del documento también se transmite por cómo se ve. Un certificado traducido con fuente cursiva o colores llamativos no será bien recibido en una oficina pública. La sobriedad, en estos casos, es una forma de respeto al procedimiento.

Si bien los errores que rodean a las traducciones oficiales pueden parecer sutiles, su impacto se manifiesta de forma contundente en el día a día de quienes necesitan validar un trámite, iniciar una residencia, acceder a una beca o regularizar una situación jurídica. Por eso, el trabajo de traducir va más allá del idioma: se trata de interpretar sistemas, conectar formas jurídicas y hacer que los papeles hablen el idioma del procedimiento sin que pierdan su esencia. No es una tarea mecánica. Es, en muchos sentidos, una forma de entender cómo funcionan las fronteras administrativas y cómo atravesarlas con rigor.

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