En un rincón de la Amazonía peruana, donde el río Ucayali serpentea y los árboles se alzan imponentes hacia el cielo, yace Graciela Arias Salazar, una artista cuyo arte se teje con los mitos y tradiciones de la región de una manera innovadora y única. Nacida en Ayacucho en 1978, la vida de Graciela dio un giro crucial a los tres años, cuando se trasladó junto a su familia a Ucayali. Fue en ese nuevo hogar donde estableció una profunda conexión con la naturaleza y la cultura amazónica, la cual se convirtió en el eje central de su obra.
Sus primeros recuerdos están impregnados por la visión de helicópteros surcando los campos de palta y cacao en la ceja de selva de su tierra natal, ecos de tiempos turbulentos durante el conflicto armado interno, que llevaron a su familia a buscar un nuevo lugar. «Aún desde ahí, crecí observando como un animalito salvaje la naturaleza», recuerda. «Buscaba de dónde gritaba un animal, veía en lo alto de mi monte a las aves y en lo bajo, a las serpientes. Algunas formas de sobrevivir las aprendí ahí».
Primeros esbozos
De niña, Graciela exploró la cerámica con pequeñas esculturas de animales y soñó con ser diseñadora de modas, llenando cuadernos con bocetos de vestidos que sus amigas mandaban a confeccionar para su fiesta de promoción. «Un día, mi papá llegó y me dijo que comprara lápiz y papelote. Al día siguiente tenía un examen de admisión en una escuela de arte que hasta ese momento ninguno de los dos conocía», rememora. Así, Graciela ingresó a la Escuela Superior de Formación Artística Eduardo Meza Saravia en Pucallpa, donde se graduó en 2001.
Los primeros años después de su graduación fueron particularmente duros. Graciela tuvo que enfrentarse a las dificultades de sobrevivir del arte, y a la frustración de no poder ejercer como profesora debido a la actitud machista de algunos superiores. Sin embargo, lejos de resignarse, Arias encontró en esos desafíos el impulso para encontrar y desarrollar un lenguaje artístico propio, profundamente enraizado en las leyendas, mitos y tradiciones de la Amazonía, donde la naturaleza y lo espiritual se entrelazan en un diálogo constante, fusionándose con sus propias vivencias y perspectivas.
El machete como lienzo
En este proceso, un episodio marcó su carrera. «Un día fuimos a mi chacra por el río, en la parte alta de Ucayali», relata. «De repente, en nuestro camino, se alzó una serpiente más alta que nosotros, con un color que jamás había visto, naranja, como el fuego». En ese instante crítico, un machete se levantó con rapidez para cortar una rama, ahuyentando a la serpiente y salvándolos de un destino fatal. «Desde entonces, empecé a valorar el machete como una herramienta fundamental», explica, revelando la razón por la que hoy utiliza este objetivo como lienzo en su arte.
Esta experiencia la llevó a crear su primera serie de machetes pintados, presentada en su exposición individual «Hacedora de sueños» en 2015, en la municipalidad de Miraflores. Fue allí donde comenzó a explorar este elemento como símbolo de creación, en lugar de destrucción. «Con un machete puedes abrir y construir todo un pueblo», reflexiona. «Puedes armar una casa, cortar la carne, el pescado… es una herramienta que hace posibles todos tus sueños».
En la exposición colectiva «Al machete» (2019), Graciela se unió a artistas de Cuba y El Salvador para explorar la memoria colectiva y las experiencias vinculadas a este objeto desde diversas perspectivas. La muestra se convirtió en un testimonio de la relación íntima entre los artistas y su entorno, narrada a través del filo del machete, un instrumento que no solo corta, sino que también crea, protege y nutre.
Narrativas de la selva
El arte de Graciela es innovador y explorativo. Sus obras abarcan desde pequeños formatos hasta lienzos de más de dos metros, e incluyen canoas de tamaño real y cantoneras como soportes. A través de estos medios, ahonda en temas como la mitología shipibo-konibo, el papel de las mujeres en las comunidades indígenas y la compleja relación entre la Amazonía y el mundo moderno. Ha ilustrado leyendas y mitos como «El nacimiento de Yarinacochas», «El mito de Cumancaya» o «El mito del Otorongo».
«Yo trato mucho el tema de los shipibo-konibo porque están muy presentes aquí en Pucallpa», explica. «He escuchado infinidad de sus historias, y hasta el día de hoy me encanta sentarme por las noches a oír las narraciones del más sabio o sabia del pueblo. Aunque no siempre son mitos, a veces son historias del día a día y aún así, puedo decir que son fantásticas”, comparte.
Su dedicación y talento han sido ampliamente reconocidos, llevándola a ser finalista en el 3er y 5to Concurso Nacional de Pintura del BCR y a recibir el segundo premio de arte contemporáneo Amazónico PACA del Ministerio de Cultura en Loreto. Graciela ha participado en más de una veintena de exposiciones, y su arte ha cruzado fronteras, desde la feria internacional ArtebA en Argentina hasta muestras en China y Rusia.
De la Amazonía al mundo
Uno de los logros más destacados de Graciela Arias es su reciente participación en la prestigiosa exhibición «Mujeres que mirar», que se realiza en el Museo Nacional de Mujeres Artistas en Washington D.C. (EE.UU.) hasta el 11 de agosto. Después de un riguroso proceso de selección, fue elegida para representar a Perú. «Estoy emocionada de compartir que mi obra ‘La creación del río Amazonas’ ha sido adquirida por la colección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)», destaca con orgullo.
Esta pieza narra la travesía y la cosmovisión del pueblo shipibo-konibo, resaltando cómo el dios Ronin les concedió el conocimiento para comprender y conectar con la naturaleza a través del ayahuasca. «Es muy significativo, como mujer artista y amazónica, estar aquí», reflexiona Graciela.
Su próxima exposición internacional tendrá lugar en Pinta Miami, del 5 al 8 de diciembre de este año, una plataforma que ampliará aún más su presencia y la del arte amazónico en el escenario global. Sin embargo, para Graciela, el verdadero valor de su arte radica en su capacidad para dar a conocer la historia de su pueblo, el que la vio crecer, y visibilizar sus narrativas y luchas.
El arte como herramienta de cambio
«Me parece importante el papel que pueden desempeñar los artistas para retratar y visibilizar estos temas», afirma Graciela. «Muchas de mis obras abordan los problemas que enfrenta la comunidad, como las dificultades para acceder a alimentos, para subsistir y adaptarse a una vida impuesta por las autoridades, donde las leyes y reglas de la naturaleza ya no importan», subraya.
Por ejemplo, en «La virgen del capinwí», Arias Salazar critica la doble moral de una sociedad que aparenta buscar la pureza de las jóvenes mientras las explota como símbolos sexuales. Utiliza el capinurí, una rama con forma de falo, para cuestionar esta contradicción y desafiar los estereotipos de feminidad.
En un momento en que la Amazonía enfrenta desafíos sin precedentes, desde la deforestación hasta la pérdida de culturas ancestrales, el arte de Graciela Arias se erige como un puente entre mundos. “La verdadera riqueza son nuestros pueblos originarios», afirma Graciela con convicción. En sus manos, el arte se convierte en una poderosa herramienta de cambio, tan afilada y transformadora como los machetes que pinta, abriendo nuevos caminos de entendimiento y respeto en la densa selva de una conciencia colectiva.
El arte de Graciela es un viaje visual por la Amazonía, una invitación a sumergirse en sus mitos y tradiciones, y a reconocer la fuerza y la sabiduría de sus mujeres. En un mundo que a menudo ignora las voces de las comunidades indígenas, Graciela es tal vez una cronista contemporánea, cuyo trabajo nos recuerda la urgente necesidad de seguir protegiendo nuestro invaluable patrimonio cultural y natural así como de conservar el conocimiento tradicional que forma parte esencial de nuestra identidad.